Un día oigo a mi admirado Vicente Romero hablar de las farmaceúticas y de las grandes empresas.
Al día siguiente oigo en el mismo programa a un señor autor de un libro sobre qué ocultan las farmaceúticas, la OMS, las grandes empresas...
Entonces me siento pequeñita e indefensa al oír tantas cosas que ocurren sin que sepamos nada.
Intento creer sólo la mitad, porque espero que no todo sea así al cien por cien, pero aunque lo dejase en la mitad me siento utilizada, engañada e ignorada.
Ya no sé qué creer, todo lo que me cuentan los medios parece mentira, todo tergiversado y adaptado a lo que quieren (¿quiénes?) que pensemos.
La sensación de que lo que te rodea es falso, un decorado, crece a pasos de gigante, mientras que las ganas de contribuir a cambiar las cosas menguan, al igual que la fe en la política o la justicia.
El dinero y el poder mueven el mundo, y la solidaridad y el respeto no son más que una piedrecita minúscula en su gran camino. Todo son intereses.
Como siempre, la realidad supera a la ficción. De verdad que no cabe en una cabeza normal.
Pero, entonces, ¿a qué clase de cabezas pertenecen las de todas esas personas que sí lo entienden?
Tal vez simplemente no lo entiendan, se dejan arrastrar por la marea. Sinceramente, es más fácil.
Pero más aburrido.
Y me gusta divertirme.