Ramón era una persona simple.
Por eso, cuando un anuncio de televisión le dijo que todo le iría mejor si tenía una colección de motos clásicas en miniatura, Ramón fue al quiosco de su barrio y compró el primer fascículo de la colección. La semana siguiente compró el segundo, que costaba el doble que el primero. Y así pasó muchas semanas, yendo al quiosco y comprando un cartón rectangular enorme con una cajita de plástico pegada, donde se encontraba una moto de plástico pequeña y mal acabada. Cada fascículo costaba un poco más que el anterior, aunque la moto parecía ser la misma, con la única variante de los colores con los que estaba pintada. También era igual el folleto que te explicaba lo maravillosa que era aquella moto de plástico. Ramón acabó pagando diez euros por cada moto, pero compró todos los fascículos de la colección.
Porque Ramón era una persona simple.
Por eso, cuando un anuncio de televisión le dijo que comprase un móvil con GPS, Ramón compró un móvil con GPS. Ramón no sabía lo que querían decir las siglas GPS,
ni sabía muy bien qué hacer con su nuevo móvil y, por eso (y porque era una persona simple), cuando un anuncio de televisión le dijo que mandando un mensaje le tocarían un montón de millones de euros de un sorteo, Ramón mandó el mensaje. Escribió, tal como decía el anuncio, la palabra “millonario” al número 1111. Aquel mensaje le costó dos euros.
Entonces, le mandaron un mensaje que decía que Ramón tenía que enviar otro mensaje para hacerse rico. Ramón envió el mensaje, que le costó un poco más que el primero, porque, pensó, aquel dinero no era nada comparado con hacerse rico.
Ramón volvió a recibir un mensaje del 1111, pero esta vez no le decía que mandase otro mensaje, sino que para saber si le había tocado el premio o no, debía ver la cadena de televisión donde había visto el anuncio al día siguiente.
Así que al día siguiente Ramón se levantó temprano y encendió la televisión. Puso el canal del anuncio y se sentó en el sofá, esperando saber si era rico o no.
Allí estuvo toda la mañana, sin apartarse de la televisión. A veces se cansaba de ver tantos anuncios, pero justo cuando iba a levantarse del sofá, un anuncio le recordaba que hoy alguien ganaría varios millones de euros y se haría rico. Así pasaba Ramón el día.
Ramón quería hacerse rico, como la mayoría de la gente simple. No sabía para qué, ni qué haría con el dinero, ni tenía un objetivo claro, pero quería tener dinero. Tal vez era un intento por dejar de ser una persona simple, porque, además de rico, Ramón quería ser guapo, culto e interesante.
A las once de la noche, cuando Ramón llevaba todo el día delante de la televisión y siempre viendo el mismo canal, comenzó un programa en el que dirían quién se llevaba el premio.
Entonces el presentador dijo que llamarían a tres de los concursantes, pero que solo uno de ellos ganaría el sorteo.
Llamaron al primero, que no fue Ramón.
Llamaron al segundo, que no fue Ramón.
Llamaron al tercero, y la sintonía cutre del móvil de Ramón comenzó a sonar.
Como comprenderéis, el premio debía tocarle a alguien simple, ya que quien se molestaba en mandar dos mensajes y gastar tres euros para nada, solía ser una persona simple.
Por eso y porque nos quedaríamos sin relato, el móvil con GPS de Ramón comenzó a sonar.
Ramón ya se veía buceando en billetes morados, cuando pulsó la tecla verde. Luego el presentador le preguntó su nombre, y estuvo un rato diciéndole lo afortunado que era y preguntándole qué haría con el dinero, en el caso de que lo consiguiese.
Ramón y las otras dos personas a las que habían llamado respondieron “tapar agujeros” y “pagar la hipoteca” a todas las preguntas, independientemente de lo que quisieran hacer con el dinero.
Ramón no sabía ni lo que decía de la emoción que tenía, le temblaban las rodillas cuando el presentador le dio a elegir entre tres sobres de distinto color.
Tuvo que repetir tres veces que elegía el “colorao” hasta que el presentador entendió que el que quería era el rojo.
El caso es que el premio, como no podía ser de otra forma, le tocó a Ramón, que a partir de entonces era una persona simple pero rica, que no es lo mismo.
Ya sabemos que Ramón, como la gran mayoría de las personas simples, quería ser rico. Pero en el momento en que fue rico, no sabía qué hacer con su dinero.
Entonces pensó qué es lo que siempre había querido ser, que, como recordaremos, era guapo, culto e interesante.
Entonces Ramón se compró un montón de trajes de diseño carísimos y de cremas que le harían muy guapo.
Luego, Ramón compró libros y estanterías de madera noble y formó una enorme biblioteca en su casa para ser una persona culta.
Por último, compró entradas para todos los eventos a los que acudirían personas interesantes, como fiestas de alta sociedad, conciertos o conferencias.
Pero ni los trajes ni las cremas hicieron que la enorme nariz aguileña que tenía Ramón ni su reluciente calva desaparecieran.
Tampoco la enorme biblioteca hizo algo más que coger polvo, ya que a Ramón no se le ocurrió que tal vez para ser una persona culta había que abrir alguno de aquellos libros. Todas las entradas que compró tampoco hicieron que se sintiese más interesante.
Así que Ramón se quedó en su casa viendo la televisión, y cuando vio un anuncio que le decía que si tenía una colección de minerales pulidos del mundo todo le iría mejor, Ramón fue al quiosco de su barrio a por el primer fascículo.
Hace 3 días
2 comentarios:
Hola!
Me encantó la historia de Ramón! Triste. Tristísima. Pero tan verdadera como que el sol sale por el este y se pone por el oeste.
Acá en Argentina, debemos ser 40.000.000 de "Ramones"; y no por la banda musical. Me encantó la historia!
Saludos,
no importa quien soy
Pobre Ramón. Y ¡cómo nos parecemos tantos a este pobre hombre!
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