jueves, 12 de febrero de 2009

NEGRO FUCSIA

Me levanté al oír mi nombre, a la espera de que nombrasen a mi compañero.
La profesora dijo dos apellidos extranjeros y un “Jara”. Recorrí la clase con la mirada, hasta dar con la chica que se levantaba.
No recordaba haberla visto antes. No me sonaba su cara. Éramos tantos en cada clase que no nos conocíamos. Fue la primera vez que me fijaba en ella, hasta entonces ni sabía que existía.
Alta, delgada, con las facciones finas. El pelo rubio oscuro y liso, con reflejos dorados. Muy guapa.
Nos aproximamos a la mesa de trabajo que teníamos asignada, observándonos mutuamente con disimulo.
Caminaba a saltitos, que le daban gracia a sus movimientos. Parecía una elfa.
A mis ojos absolutamente perfecta.
Nos presentamos. En poco tiempo empezamos a hablar. -Algo raro en mí, que suelo escuchar más que hablar y que soy una persona bastante tímida-.
La clase acabó, y Jara y yo nos despedimos.
Pasé el día pensando en ella, en su forma de hablar, de caminar, en su olor. Olía a violetas, pero no era uno de esos perfumes dulzones que marean. Olía suave, su perfume te envolvía lentamente.
La busqué en cada clase, pero en todas las horas teníamos asignaturas diferentes.
Yo ya tenía claro que ella me gustaba. Pasé horas y horas recordando nuestra conversación; más sus palabras que las mías, e imaginando románticas escenas de película.
También es verdad que yo no creía en amores platónicos ni en historias perfectas. La experiencia y mi forma de ser me habían hecho creer que nunca podría ser feliz con nadie, que como mejor estaba era en solitario.
La verdad es que hay poca gente compatible conmigo. Había aprendido a no hacerme jamás ilusiones. Llevarse una decepción es más doloroso. Nunca me acercaba a nadie hasta no tener la seguridad de que me aceptaba tal y como era, de que la otra persona también era un bicho raro. En mi situación es bastante difícil.
Al día siguiente ella era una obsesión.
La vi por casualidad en el recreo, y me las apañé para mantener al grupo en una zona desde la que poder verla.
Estuve todo el tiempo observándola, buscando algún detalle que me indicase que ella era como yo.
Me gustaba cómo vestía, llena de color y alegría, pero sin parecer infantil. Daba la impresión de haberse puesto lo primero que había encontrado, pero todo armonizaba perfectamente.
Era todo lo contrario a mí, siempre de negro, de estilo gótico, oscuro y misterioso.
De repente, ella giró la cabeza, y su mirada encontró a la mía. Era demasiado evidente que le estaba mirando. En vez de apartar la mirada, la saludé, sorprendiéndome a mí ante el gesto. Ella me sonrió. Aquella sonrisa perfecta me pareció la de un ángel. La piel suave, y el rostro encendido, dignos de cualquier actriz.
Después tuve clase con ella.
Otra vez en la mesa de trabajo, con ella a mi lado y con su olor flotando en el aire.
Se notaba que nos caíamos muy bien, pero, ¿habría algo más, o solamente la unía a mí la amistad?
Le pregunté cosas sobre ella, sobre sus gustos, sus aficiones... Yo era un detective buscando mi pista, necesitaba algo en lo que apoyarme para saber si ella podía estar interesada en mí.
Y lo necesitaba ya, porque cada vez la extrañaba más si no estaba a mi lado, porque me moría de ganas de tenerla en mis brazos y que me dedicara otra sonrisa de ángel, una sonrisa que solo fuese para mí.
En la clase siguiente, con un poco más de confianza, le pregunté si alguna vez había tenido novio. Me dijo que no, e intentó evitar el tema.
Salí de clase radiante. Aunque, objetivamente, eso no significaba nada, me agarré a aquella pequeña esperanza. Tal vez sí que éramos compatibles.
Desgraciadamente, era viernes, y no la vería en todo el fin de semana.
En el fin de semana hubo de todo. A ratos me odiaba por ser como soy, aunque ya lo tengo asumido, y en otros momentos tenía la seguridad de que yo le gustaba, y me decidía a decírselo.
Normalmente, si me gusta una chica, espero un tiempo hasta que me olvido un poco y ya está, pero con ella era imposible. Le necesitaba.
El domingo estuve todo el día de buen humor, con mucha seguridad en mí. Decidí escribirle una carta. Aunque la verdad es que no pensaba que me iba a atrever a dársela.
Pasé gran parte de la noche escribiendo, arrugué muchos folios, cambié palabras y busqué sinónimos.
Lo conseguí. No sé qué hora era, pero tenía mi carta y estaba conforme. En ella no había nada demasiado claro, pero si yo le gustaba y ella leía la carta a conciencia, encontraría lo que estaba buscando.
Llegó el lunes. Tenía un miedo al rechazo enorme, a que no me aceptase.
En la clase con ella me recorrían los escalofríos y me temblaban un poco las piernas. Debía de tener la cara blanca, porque me preguntó si me encontraba bien. Como para encontrarme bien. Creo que reacciono exageradamente, pero tengo una timidez enorme.
Al acabar la clase reuní toda mi fuerza de voluntad, me acerqué a ella y le tendí la carta. No se me entendió ni el “toma”, porque me fui lo más rápido que pude.
Ya estaba hecho, increíble pero cierto.
Estuve las demás clases torturándome, pensando en lo que ella diría, en lo que le diría yo la próxima vez que nos fuésemos a ver. Según pasaba el tiempo me iba deprimiendo más y más, enfadándome más conmigo.
Ya salía de la última clase, pensando irme a mi casa y encerrarme para toda la eternidad en mi habitación.
De repente, oí que me llamaban. Me dí la vuelta, y no sé cómo no se me salió el corazón del pecho. Allí estaba ella, corriendo hacia mí. Iba vestida de rosa fucsia, el color más opuesto al negro que puedo imaginar.
A medida que se acercaba a mí, su sonrisa se hacía más amplia, y antes de que llegase ya sabía que yo era la chica más feliz del mundo. Y seguramente ella también lo fuese. Y cuando llegó, y se lanzó directa a mis brazos, el corazón se me salía del pecho. Negro con rosa fucsia, los dos colores mezclados.
Sí, seguramente éramos las chicas más felices del mundo. Cuando la besé noté cómo los alumnos que pasaban a nuestro lado se volvían a mirarnos. Y nos daba exactamente igual. Que miraran, y que se fuesen acostumbrando a vernos a las dos juntas.
Porque, de momento, ninguna de las dos iba a separarse de la otra.

3 comentarios:

Lavernne & Persephone dijo...

Divino. Mortal.

(¡¡Que guapada!!)

Sandra Gutiérrez dijo...

Precioso. Te tiras todo el rato con la cosa de que en ningún momento dices el sexo del protagonista hasta el final en el que cualquier duda queda disipada :D Genial.
Un beso!

Rock Lobster dijo...

Muy, muy bueno.
Aunque no me gusta el rosa pero la historia y revelar al final que eran ambas chicas ha sido tremendo.
Enhorabuena.